5.30.2009

Confesión

No pregunté su nombre.
¨Te trajo el viento¨, dije,
y me llevé su mano hasta mi alcoba.
Los muros titubeaban,
como una virgen frente al fuego.
Yo le quité las ropas, los brocados de seda de Damasco,
el blanco lino griego, del Nilo el algodón: azul.
No protestó su cuerpo.
Como luz de la tarde en el desierto, se fue tendiendo,
tibia, sobre el mármol.
Yo tomé los jazmines de la fuente
(un anciano los vende a un dinar las cuatro guirnaldas
en una esquina de la Gran Mezquita)
y le empapé los senos como joyas, la curva de la espalda, similar a una duna,
el vientre, terso,
los dos muslos, las manos de poeta,
el largo cuello; y le anude las noches que cuelgan de su frente.
Soy yo quien tomó luego un cuenco, de simple arcilla,
para inundar su sexo, como oasis, con el agua de rosas.
Yo, aún, quien mojé en la fuente un manojo de menta
y restregué su piel, cada rincón, con el color del paraíso.
Sí, desperté después, seguía sólo y ella
era la sombra dejada por su imagen.

El viento agita el velo de la ventana.
Trae de lejos olores de jazmines, de rosas,
de la menta que inflama corazones.

Decide tu, Gran Vizir. Si en verdad estoy loco
que sea pronta, pues, la fecha de mi muerte.
Ordena ya al verdugo afilar su cimitarra.

Todo huele a jazmines...

1 comment:

  1. http://jardindesulamita.blogspot.com/2009/05/hilo-de-tibia-voz.html

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